La diferencia es la forma en que la epidemia de opiáceos se conceptualiza como un problema médico, mientras que la epidemia de crack se vio como un problema moral.
La epidemia de crack (así como el consumo regular de heroína a fines del siglo XX) afectó a las personas socialmente marginadas que podrían ser fácilmente ignoradas como “drogadictas”. Según la opinión pública, estas personas optaron por ser usuarios de drogas y, por lo tanto, fue su propia culpa y no la responsabilidad del gobierno y del sistema de salud. (Gran parte de esta población estaba compuesta por negros pobres y urbanos, razón por la cual es un tema de racismo).
Compare esto con la epidemia de opioides, que afecta a pacientes médicos, muchos de los cuales son blancos, jóvenes y parte de la “sociedad regular”. En este caso, la adicción fue culpada no por el error moral del usuario, sino por la culpa del medicamento en sí.
Las drogas opioides apuntan a personas inocentes; adictos a las drogas sórdidos buscaron crack. Esa diferencia ha resultado en una respuesta mucho más activa e indignada del público y el gobierno.