Cada vez que me he encontrado con esta situación no ha sido por elección sino por necesidad. Registrando admisiones de emergencia en turnos de noche o trabajando a través de nuevas admisiones en una sala de cirugía general ocupada.
Donde ha sucedido ha sido una situación bastante simple de tratar. Doy el respeto y el tiempo de escucha habituales al paciente y tomo nota si ellos mismos son un médico. Mi lenguaje puede volverse un poco más técnico por respeto a su comprensión y para facilitar la comunicación efectiva, pero la premisa básica no cambia. Los dos sabemos los roles que cumplimos en esa situación y cada uno de nosotros desempeña nuestra parte.
La primera vez que sucedió estaba decididamente más nervioso acerca de mis habilidades clínicas: ¿qué pasa si no tomo sangre la primera vez? ¿Qué sucede si olvidé una pregunta clave sobre mi historial?
Pero el asunto es que ambos lados entienden la situación y la acomodan. No hay juicio de ninguno de los lados, ni existe ningún ‘tirón de rango’.
Si tuviera que tratarlos de manera diferente a otros pacientes no médicos, sentiría que había traicionado mi código personal de ética. Como dije, la única diferencia real era poder conversar en términos más medicalizados y aun así compruebo para asegurarme de que estén contentos con esto.
Cuando le presente los casos a mi médico de cabecera, me aseguro de mencionar que están médicamente capacitados, al igual que le doy la profesión a todos los pacientes. Esto no significa que obtengan un trato preferencial, sino que se aseguren de que no se los trate con explicaciones básicas si pueden entender una descripción más concisa de su caso.
La mayoría de los pacientes que tienen formación médica con la que me he encontrado prefieren adoptar el papel de paciente.
Los parientes que están médicamente capacitados, en mi experiencia, son mucho más propensos a insertarse en el equipo de diagnóstico, pero incluso los tratamos de acomodar sus deseos y sugerencias.