Experimenté esto cuando dormía con una almohada de trigo sarraceno hecha de una tela de algodón. La fuerza ejercida en la parte posterior de mi cuello por la firmeza del trigo sarraceno hacía que pareciera que impedía que la sangre fluyera a mi cerebro.
Agregar una capa de lana a cada lado de la almohada resolvió este problema. Ahora, mi almohada de trigo sarraceno es lo suficientemente firme como para soportar el peso de mi cabeza y lo suficientemente suave para la comodidad.