Mi padre, a quien yo amaba mucho, y que me enseñó mucho sobre Dios, murió como resultado de la demencia y las complicaciones relacionadas con el derrame cerebral después de desvanecernos lentamente durante años.
Dios NO causó este dolor. Él no lo deseaba. En un mundo roto, suceden cosas malas. A veces, son el resultado de personas que tienen libre albedrío (mal moral). A veces son el resultado del mal natural (inundaciones, terremotos, enfermedades).
Dios camina con nosotros, consolándonos y amándonos en nuestro dolor. Recé a menudo para que mi papá se sanara.
Murió el 2 de mayo de 1999, entre las 11 y el mediodía del este.
Recuerdo haber pensado: “Ahora no tengo padre, pero Dios.” De camino a su funeral, noté que el mundo seguía girando y que la mayor parte no se daba cuenta de la pérdida de un hombre verdaderamente grandioso. Aún así, podría decir, a través de mi dolor, “Dios es bueno”. Todo el tiempo. “Verá, no lo hice y no me duele como alguien sin esperanza. Sé que volveré a verlo y, a lo largo de su vida, comencé a comprender quién es Dios, como padre.
Entonces, si bien fue horrible, y no le deseo a nadie que vea a tus seres queridos morir así, Dios se volvió más real, más como un consolador, y más como un Padre para mí, como resultado.
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Dios no causa el mal, pero es lo suficientemente poderoso como para usarlo para siempre, para usar una frase bíblica, para redimirlo.