Cuando trabajaba, además de unos pocos años antes también trabajando en la unidad de cuidados intensivos, practicaba medicina interna general y endoscopia, así que además de tratar a muchas personas con enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes, insuficiencia renal, enfermedad inflamatoria del intestino y como un diagnosticador también diagnosticó una gran cantidad de cáncer (mientras hace endoscopia, literalmente puede ver el cáncer con su endoscopio).
Siempre con la ayuda de mis asistentes trataría de simplificar la estadificación (mirando qué tan lejos se había extendido el cáncer o no) del cáncer, y concertar una consulta con un cirujano y una enfermera de oncología si pensé que sería necesaria una cirugía poco después de todo se había hecho, y decirle al paciente lo que pensaba que sería el diagnóstico, pero siempre diría que primero teníamos que confirmarlo por el patólogo, y que discutiríamos todo eso después de que los resultados volvieran, generalmente antes de que el paciente viera el cirujano.
Por supuesto, a menudo los sentía por ellos, pero al tener que contarles a varios pacientes al mes que tenían cáncer, no me lo llevaba a casa, y la mayoría de las veces (las excepciones pueden ocurrir) podían distanciarme lo suficiente como para ser empático y claro en mis comunicaciones con el paciente, no sufro emocionalmente a mí mismo, de lo contrario no habría sobrevivido mis 40 años en la práctica médica.
Sin embargo, si el paciente tenía algo especial, por lo general siendo joven, mis pensamientos se quedarían más en ellos de lo habitual.