El antibiótico, no antibióticos, en cuestión es monesina sódica, también conocida originalmente por el nombre comercial Rumensin. Es un anti-biótico en el sentido más verdadero: cambia las condiciones de vida para la flora intestinal de un animal rumiante de tal manera que promueve el crecimiento de bacterias que producen ácido propriónico, y lo hace menos favorable para otros microorganismos como aquellos que causa coccidiosis o digestión ineficiente que resulta en gas metano.
Entonces sí, es una actividad ionofórica. Mata a algunos insectos estomacales al cambiar el ambiente dentro de la vaca, promueve otros y hace que el animal sea más saludable y más eficiente como resultado.
Sí, hay otros antibióticos alimentados a veces, como profilácticos contra la enfermedad de enfermedades respiratorias durante el mal tiempo o el envío, pero es ilegal vender animales que contengan residuos, y esos aditivos son caros.
No se trata de una surrealista fábrica de campos de concentración que introduce píldoras en las vacas para que se llenen de furia y se conviertan en sacos de carne hinchados, es un proceso finamente optimizado para optimizar la salud y la eficiencia de las vacas a fin de aprovechar al máximo los insumos y los mejores resultados. Lo que a su vez significa más ganancias para el agricultor. Por extraño que pueda parecer, cuando su sustento proviene del ganado, pone mucha atención, ciencia y tecnología para asegurarse de que estén lo más sanos y felices posible, de modo que le generen la mayor cantidad de dinero cuando llega el momento de la venta.