Muchos virus tienen múltiples variantes el uno del otro. Tomemos la gripe como ejemplo. Nuestras vacunas contra la gripe se dirigen a dos proteínas: hemaglutinina y neuraminidasa. Entonces, si ponemos estas dos proteínas en una vacuna y ponemos esa vacuna en un paciente, el sistema inmunitario debería funcionar contra la gripe todo el tiempo, ¿no? Bueno, hay un montón de variantes de hemaglutinina y neuraminidasa y la cepa dominante de la gripe cambia cada año. Entonces, un año, es posible que necesite una vacuna contra la gripe H3N2, pero al año siguiente podría ser la gripe H1N1. La gran cantidad de diferentes cepas antigénicas es la razón por la que necesitamos una nueva vacuna contra la gripe cada año. Entonces, si quiere hacer una vacuna contra la gripe, la pregunta es siempre la siguiente: ¿qué gripe?
La idea de que existen diferentes variantes antigénicas también es relevante para otras vacunas. Por la parte superior de mi cabeza, sé que la vacuna contra el estreptococo pneumoniae (sé que esto no es un virus) solo contiene antígenos contra las cepas más comunes de la bacteria. Las vacunas contra el virus del papiloma humano (VPH) también solo funcionan contra las cepas más comunes. Y esta respuesta sería incompleta si no menciono el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que es el mejor ejemplo de tener tantas variantes antigénicas que no es posible atacar a todas las cepas.
Esta respuesta solo habla de un desafío específico para la creación de vacunas, que es producir una vacuna que inducirá una respuesta inmune contra el virus al que se dirige. Hay muchas otras estrategias que los virus pueden utilizar para volver ineficaz una vacuna como suprimir la expresión de moléculas del MHC, interferir con las respuestas linfocíticas y de células asesinas naturales, ocultarse en una fase latente, inhibir la respuesta de las citoquinas del huésped, etc. y cada una de ellas mecanismos podrían llenar un libro.