Casi todos los impuestos sobre el azúcar se describen como impuestos a la “soda”, pero en teoría se aplican a todas las bebidas dulces en proporción al contenido de azúcar. En la práctica, excluyen alimentos como la leche y el zumo de fruta puro, que contienen azúcares naturales. Tampoco es práctico medir el contenido exacto de azúcar, por lo que los impuestos a veces se clasifican por niveles con bajo contenido de azúcar y otro con alto contenido de azúcar.
Dependiendo de cómo se recauda el impuesto, un productor, un distribuidor o un minorista puede optar por no pasar la totalidad del impuesto. Si uno de esos “come” parte del impuesto, el costo migrará a los otros productos de esa misma fuente. La respuesta es que el precio de la gaseosa dietética podría aumentar.
En la práctica, los impuestos a los refrescos reducen el consumo de azúcar y eso reduce tanto el aumento de peso como los efectos cardiovasculares. Todo sistema nacional de salud los respalda. Es mucho mejor individualmente destetarse de bebidas endulzadas.
Hay argumentos teóricos contra las bebidas dietéticas. Ninguno de esos ha sido probado científicamente. Muchos provienen de los vendedores “naturales” y “orgánicos” que pretenden que los edulcorantes artificiales son veneno y que lo que venden (miel, agave, azúcar de coco o azúcar de caña sin refinar) no es realmente azúcar. Esa misma multitud también pretende que el JMAF que contiene un 44% -49% de fructosa es veneno en comparación con la sacarosa, que es 50% de fructosa.
